Unos ratoncitos, jugando sin cuidado en un prado,
despertaron a un león que dormía plácidamente al
pie de un árbol. La fiera, levantándose de pronto,
atrapó entre sus garras al más atrevido de la pandilla.
El ratoncillo, preso de terror, prometió al león que si le
perdonaba la vida la emplearía en servirlo; y aunque esta
promesa lo hizo reír, el león terminó por soltarlo.
Tiempo después, la fiera cayó en las redes que un
cazador le había tendido y como, a pesar de su fuerza,
no podía librarse, atronó la selva con sus furiosos rugidos.
El ratoncillo, al oírlo, acudió presuroso y rompió
las redes con sus afilados dientes. De esta manera el pequeño exprisionero cumplió su promesa, y salvó la vida del rey de los animales. El león meditó seriamente en el favor que acababa de recibir y prometió ser en adelante más generoso.
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